miércoles, 30 de julio de 2008

"El caminante ridículo"

Cuando me propongo hacer el ridículo soy insuperable, sino pregúntenle a mis amigos y conocidos. Indaguen y despejen sus dudas: cómo terminé el 28 de julio a las 2 de la mañana, luego de corear las canciones de Armonía 10, bailar salsa, mirar idiotizado las invencibles piernas de una supuesta estrella de televisión, y beber con furia cerveza y pisco en el "club de tiro".

Pero no siempre hago el ridículo borracho y solo. Una vez hice el ridículo bastante sobrio y acompañado. Y no siempre hago el ridículo siendo visto y señalado. Una vez hice el ridículo pasando desapercibido. Y no siempre hago el ridículo siendo inconsciente (lo que es a veces mejor, por que al día siguiente no me acuerdo de nada y mientras voy esuchando todo lo que hice, puedo reir y fingir horror y espanto). Una vez hice el ridículo sabiendo perfectamente a qué me exponía.

Y fue una tarde hace varios meses. Creo que era diciembre del año pasado, un sábado. Con Sergio siempre hemos caminado bastante y recorrido distancias maratonezcas por que no se nos ocurre hacer otra cosa y por que los dos somos aburridos y así es mejor aburrirse que aburrirse jugando pelota en el barrio. Habíamos planeado caminar ese fin de semana hacia el distrito del norte, aquel distrito en donde vive la misma chica que recordamos cuando escuchamos Duncan dhu. "...cómo las huevas", le dije (siempre digo eso, porque para mí todo es así: "cómo las huevas", nada me parece importante).

Cruzamos toda la avenida Túpac Amaru y el iba tomándole foto a cada paisaje que pasábamos (un supermercado, una universidad, un puente, unas casas en lo alto de un cerro, un hospital, una clínica...), como queriendo inmortalizar nuestra hazaña. Yo andaba con una gripe de la patada, que más tarde se convertiría en una fiebre inclemente y que terminaría sometiéndome al tálamo por varios días. Pero esa huevadita que tiene cada mortal que no te deja caer, me hacía seguir. Por un momento llegue a pensar igual que Sergio, y creí que sería una sorpresa bastante agradable, pero luego conociendo a quien íbamos a visitar terminé por abandonar esa breve ilusión, sientiéndome mas ridículo y congestionado de lo que ya me sentía.

Cuando llegamos a la calle en donde vive nuestra amiga, aquella que recordamos al escuchar duncan dhu, y Sergio llamó a su puerta, salió la madre y le dijo que no estaba y que volvería en un par de horas. ¿Derrotados? Algo, pero más que una derrota dolorosa, era una derrota que me hacía cagar de risa y moquear con orgullo. Finalmente había caminado una distancia que no creí que caminaría jamás, en circunstancias lamentables. Sergio también sonreía, pero no como yo.

Lo jodido vino cuando subimos a la combi para regresar al barrio. Yo vi a nuestra amiga cruzando la avenida con su uniforme verde colegial. Le avisé a Sergio y el quiso bajar, pero yo me puse egoísta y me negué. La combi avanzaba a un ritmo lento, pero igual no bajamos.

Ahora me arrepiento, pues la última vez que hablé con esa amiga (hace más o menos un año) yo estaba resentido por que me había vuelto a plantar, y la última vez que la vi fue detrás de un vidrio sucio en el penúltimo asiento de una carcacha maloliente y oxidada. Para colmo de males sólo me acuerdo de ella cuando escucho duncan dhu, cuando le echo un vistazo al último mail que me respondió, o cuando me emborracho y termino haciendo el ridículo.